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Odio Arthur C. Clarke S贸lo Joey estaba despierto sobre cubierta, en la fresca quietud antes del alba, cuando el meteoro cruz贸 el cielo de Nueva Guinea envuelto en llamas. Mir贸 como sub铆a por el firmamento hasta que pas贸 directamente por encima, siguiendo a las estrellas y arrojando sombras veloces sobre la atiborrada cubierta. La luz 谩spera deline贸 los desnudos aparejos, las arrolladas cuerdas y los tubos de aire, los cascos de cobre para bucear, prolijamente acomodados para la noche..., hasta la isla de pinos a media milla de distancia. Al alejarse hacia el suroeste, sobre la vacuidad del Pac铆fico, comenz贸 a desintegrarse. Estall贸 en gl贸bulos incandescentes que ardieron dejando un rastro de fuego a trav茅s de un cuarto de cielo. Ya se apagaba cuando desapareci贸 de la vista, pero Joey no vio el fin. Ardiendo furiosamente, el meteoro se hundi贸 en el horizonte, como si quisiera lanzarse contra la cara del Sol ya oculto. Si la escena era espectacular, el silencio, en cambio, era enervante. Joey esper贸 y esper贸 y esper贸, pero ning煤n sonido lleg贸 desde el cielo. Cuando, minutos m谩s tarde, escuch贸 un s煤bito chapoteo en el mar, cerca suyo, tuvo un involuntario sobresalto. Luego se maldijo por asustarse de un pez raya. (Un pez enorme, sin embargo, para hacer tanto ruido cuando saltaba.) No sinti贸 m谩s ruidos y pronto volvi贸 a dormirse. En la estrecha litera, a popa del compresor de aire, Tibor no escuch贸 nada. Dorm铆a tan profundamente luego de la jornada de trabajo que casi no le quedaban energ铆as para los sue帽os; y cuando los sue帽os ven铆an no eran los que 茅l quer铆a. En las horas de oscuridad su mente daba vueltas en el pasado, y nunca